viernes, 4 de octubre de 2013

Aterrizando en el mar de Andamán



Día 30 de abril. Al amanecer, después de un sueño exprés de apenas seis horas, salimos del hotel Siri Lanna hacia el aeropuerto de Chiang Mai para coger el vuelo destino Phuket, la mayor isla de Tailanda, situada en el mar de Andamán. Tocaba el esperado momento playa y relax que, como viene siendo habitual en nuestros recorridos, se acabó convirtiendo en un par de jornadas de intensas excursiones que poco tiempo dejaron para el descanso. Y sin arrepentimiento alguno.
 
A las diez y media de la mañana pasadas, llegamos a Phuket con la aerolínea Thai Smile, un operador de Thai Airways. Al contrario que otras muchas aerolíneas, este ofrecía vuelo directo, sin escalas, en menos de dos horas (además de desayuno gratuito). A la salida del aeropuerto de Phuket ya nos estaba esperando una chica de JC tours, la empresa con la que contratamos los traslados en esta isla y la excursión a la Bahía de Phang Gna, que haríamos posteriormente el día 2 de mayo. Nos subimos al vehículo y pusimos rumbo a Rassada Pier, donde salía el ferry que nos llevó a las paradisíacas islas Phi Phi. Estos tickets los compramos con antelación a través de Internet. Con un tráfico un poco denso, tardamos cerca de tres cuartos de hora. 


La bandera tailandesa del barco, un tanto deshilachada, con las Phi Phi al fondo
Cuando llegamos al puerto, donde hay varios chiringuitos con comida y unos baños bastante penosos (al menos en ese momento), estuvimos esperando cerca de una hora para poder subir al ferry. Aviso a navegantes (y nunca mejor dicho): Aquí hay que espabilarse para coger asiento. Después nuestro, no paró de entrar gente hasta las 13.30 horas, cuando, por fin, el barco salió, casi hasta los topes, dirección a Phi Phi. 
Las Phi Phi, más cerca del paraíso
Con un calor bochornoso y con cierto overbooking al que parecía estar más que acostumbrada la tripulación, tardamos dos horas en hasta llegar a Ton Sai Pier, el puerto principal de Phi Phi, la única población de la isla. Ésta, está ubicada entre las dos bahías. Cuando el tsunami de 2004 arrasó la zona, la ola cruzó de un lado al otro. En esta primera parada de Ton Sai Pier se bajó casi todo el mundo y nos quedamos sólo los que íbmos a los hoteles del norte, la zona de Laemtong Beach. Aquí subió un representante de nuestro hotel, el Zeavola, para comprobar que estuviéramos todos (todos los que teníamos que estar, claro) y agrupar nuestro equipaje para descargarlo, más tarde, en el hotel.
 
Llegando a nuestro hotel, el Zeavola, en un barco de popa larga
Sobre las cuatro de la tarde llegamos a la altura del Hotel Zeavola. Y digo a la altura porque, debido a que no hay embarcadero y la envergadura del barco era considerable, nos vinieron a buscar en uno longtail, una de esas barquitas de madera alargadas tan típicas de Tailandia, protagonista indiscutible de postales y fotografías. Ahí cargaron nuestro equipaje y, posteriormente, a nosotros. En tres minutos, desembarcamos en la playita del hotel y pisamos, por primera vez, las cálidas y cristalinas aguas del mar de Andaman. Sí, primero el agua; luego, la arena. Mmm...que recuerdos... 


Nada más bajar y a pie de playa, una persona del hotel nos ofreció toallitas húmedas para refrescarnos. Luego, pasamos a la recepción, un pequeño espacio de teka (siguiendo toda la estructura del hotel), para hacer el check in. Aquí nos dan un té frío y... un upgrade de habitación: de la standard nos cambian a una front beach, ubicada a pie de playa! Era increíble y súper bonita... El secreto de este cambio: hacer la reserva a través de la web de Small Luxury Hotel of the World. Ofrecía el mismo precio que el resto, pero con algunos detallitos como este. A veces, sólo por estos motivos vale la pena dedicar unas horillas a buscar las mejores ofertas y hoteles...
 
Zona dormitorio de la habitación/bungalow del Hotel Zeavola
Por fín llegó el momento de entrar a la habitación. ¿Qué decir de la habitación? Si casi era como una casa, con todo lujo de detalles. Además de la zona del dormitorio, con una mosquitera y chaise longue, destacaría la zona de estar exterior, con  zona de descanso, mueble con minibar, sillas, lámpara anti mosquitos y, lo último de lo último, persianas de bambú eléctricas. El baño, que era una habitación anexa al dormitorio, tenía una ducha interior y otra exterior, rodeada ésta última de bambú. Además, a la entrada de nuestra pequeño palacete tailandés había un recipiente para lavarse los pies. Y es que todos los caminitos del Zeavola, hotel de diseño ecofriendly e integrado en el paisaje, son de arena. Se puede ir descalzo todo el día (y noche). La mar de cómodo.
Porche de la habitación/bungalow del Hotel Zeavola, en Phi Phi
 
Después del primer reconocimiento, nos fuimos inmediatamente a comer al restaurante Tacada, perteneciente al hotel y situado en la misma playa. Con el hambre que teníamos, nos comimos dos platos de pasta en un periquete. Después, reservamos en el Padi Center (club de buzeo y excursiones) la excursión de las 4 islas para el día siguiente (Phi Phi Don, Phi Phi Leh, Bamboo Island y Mosquito Island). Antes de que se fuera el sol, nos dimos nuestro primer bañito oficial. Con marea baja y en compañía de unos cangrejillos. Es lo que tiene que el agua sea tan tan transparente...que se ve todo. 

Como estábamos cansados y el sol se escondía, fuimos al spa, dividido también en módulos de teka. Entre las opciones que había en la carta de masajes, escogí un pack que incluía un scrub de yogur (exfoliante), wrap de algas marinas (envoltura hidratante) y masaje de aceites (relajante). Al levantarme del masaje me encontré una grata sorpresa: una pequeña trenza a modo de tiara. ¡Qué detalle! De aquí, nos fuimos rápidamente a cenar, ya que la cocina del Tacada cerraba a las diez. Luego, a dormir. Al día siguiente madrugábamos mucha para salir pronto de excursión.
Restaurante Tacada, del Hotel Zeavola, al lado del mar

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