lunes, 14 de octubre de 2013

Ko Phi Phi Ley: ¡el paraíso existe!



Desayuno en Baxil (con bolsa de churros)
Miércoles 1 de mayo. Nos levantamos sobre las seis y media de la mañana y, rápidamente, fuimos a desayunar al Baxil, la zona de restauración del Hotel Zeavola donde se servía el primer ágape del día (y de la que, desafortunadamente, pudimos disfrutar poquito, ya que teníamos los horarios súper apretados). Además del típico buffet libre de un hotel de gama alta (panes de diferentes sabores, formas y harinas, una gran variedad de dulces, platos calientes, todo tipo de bebidas, cajitas de cereales individuales...), éste tenía unas paradas temáticas, estilo las del mercado, pero en modo "deluxe". Una, con frutas; otra, con comida thai... Además, en la mesa te esperaba una bolsa de cartón con una especie de churros en el interior, en la que, utilizando la parte exterior a modo de carta, te ofrecían otros platos calientes. De las pocas cosas que me arrepiento, es de no haber disfrutado con más tiempo estos deliciosos y abundantes desayunos.

Sobre las siete y media de la mañana, nos dirigimos al Padi Centre, donde el día anterior habíamos reservado la excursión de las cuatro islas. Privada, solo para nosotros. Un capricho que uno se puede permitir en Tailandia. Aquí, nos dan agua (que a media mañana ya estaba como el caldo), toallas y el equipo de snorkel (gafas, tubo y aletas). Una vez equipados, nos presentan al capitán de nuestro longtail boat (barco de popa larga) y, con una ilusión tremenda, nos embarcamos. Inmediatamente, salimos, rodeando toda la costa de Phi Phi Don, hacia Ko Phi Phi Ley. 
 
Dirección a Ko Phi Phi Ley

Después de cerca de 40 minutos, llegamos al paraíso del paraíso: la famosa, archiconocida, increíble y (ya) muy turística Maya Bay (Bahía de Maya), donde se rodó la película de La Playa (con Leonardo Di Caprio). Aunque la entrada a la bahía pueda despistar cuando llegas por primera vez, una vez que estás en la arena la panorámica es inconfundible. Como no podía ser de otra manera, aquí toca una sesión de fotos non stop, para inmortalizar el momento y disfrutar de él cuando estemos en casa (he puesto la foto en un marquito que compré en Chiang Mai). Después, es obligatorio dedicar un rato para el baños y para el deleite de la vista (sin hacerlo a través del objetivo de la cámara). Al cabo de una hora, dejamos atrás esta maravilla para seguir nuestro itinerario. Sobre todo, aconsejo ir en barquita privada (no sé si nos costó 65-70 euros, dos personas, seis horas) e ir pronto, antes de que lleguen las grandes lanchas a rebosar de grupos de turistas. En mi opinión, éstas no ofrecen la misma experiencia que los longtail boats, ni te permiten ir al ritmo que uno desee.
 
Maya Bay (o Bahía de Maya)

La segunda parada del recorrido fue en Loh Sama Bay. Esta bahía, localizada al sur de Phi Phi Ley, muy cerquita de Maya Bay, es ideal para hacer snorkel.Y eso hicimos. Nos inauguramos, por primera vez, en esta actividad que, pese a mi inicial desconfianza, fue la mar de divertida. Siendo previsora, y dada que la profundidad era de más de cuatro metros y los turistas que teníamos a nuestro alrededor se habían puesto chaleco salvavidas, pedí uno a nuestro capitán. Es muy cómodo y no te tiene que preocupar de nadar todo el rato, ya que flotas. Vimos muchos peces, corales, erizos y formaciones rocosas varias. En algunas de ellas, hasta se podía hacer pie. La única pega es que me entraba un poquillo de agua por las gafas. Así que, recomendación de principiante: revisad bien el equipo antes de salir. A mi, ni se me pasó por la cabeza...
 
Haciendo snorkel en Loh Sama Bay

La tercera parada fue en Piley Bay, otro paraíso. Esta bahía, con el agua como una balsa y el color turquesa en su máximo esplendor gracias al sol, estaba un poco menos transitada. Al final de la bahía, no cubre, así que puedes tocar de pies al suelo y estar más relajado. Posteriormente, paramos unos segundos, sin bajarnos, en la Viking Cave, una cueva que, si bien antes se podía anterar, ahora el acceso está prohibido. Al menos, para turistas.  
 
Piley Bay

Dejamos atrás Ko Phi Phi Ley para poner rumbo a Bamboo Island, una islita totalmente circular que, salvando las distancias (unos pocos quilómetros), está ubicada enfrente de nuestro hotel. Cuando llegamos, nos sorprendió increiblemente. Y es que además de la famosa Maya Bay, hay otros lugares que son igual o más increíbles y que no son tan conocidos. La perfección de su forma, totalmente circular; junto al agua turquesa y cristalina, que se fundía con el cielo del mismo color, hace pensar que es más un espejismo o una imagen de Photoshop, que no una estampa real. Otra gran imagen para el recuerdo. Aquí estuvimos cerca de una hora. 
 
Nuestra barquita, en Bamboo Island

Recorrimos la mitad de su perímetro (y ojo con el sol, porque aún llevando protección nos quemamos), tomamos algo en el único chiringuito que hay en la isla (al lado de una zona de camping) y, como no, bañito al canto. Era increíble la temperatura del agua. Estaba casi como el caldo...Para mi, que me gusta calentita, perfecta!
 
Barca azul en Bamboo Island

Con toda la pena de dejar atrás Bamboo Island, nos dirigimos a la última parada de nuestra excursión: Mosquito Island. Al ravés que Bamboo, que está al lado, en esta isla son todo formaciones rocosas y acantilados. El conductor del barquito examinó una poco la zona, paró y nos indicó cuál era el mejor sitio para hacer snorquel. Casi todo, con señas. Así que, una vez más, bajamos las escaleritas y nos deleitamos con el fondo marino de este pequeño pero increíble archipiélago. Espectacular. Este fue quizás el sitio que más impresionaba, ya que no había playa por ningún sitio y se veía el mar abierto...

Regresamos al hotel sobre las dos de la tarde. Volvimos a comer a pie de playa, en el restaurante Tacada y, después de comprobar que estábamos literalmente socarrados, dascansamos un par de horitas en la habitación, con en el ventilador de madera a todo trapo. Antes de ponernos en marcha, me vuelví a dar un bañito en el mar de Andaman. El último. No había manera de resistirse a él...
 
Superando los centenares de escalones hasta el Point View de Ton Sai

Sobre las cinco de la tarde alquilamos un longtail boat para ir a Ton Sai, la única ciudad de la isla. Por 1.000 baths, fuimos, nos esperaron dos horas en el puerto de este pueblecito y nos llevaron de regreso al Zeavola. Ese tiempo lo aprevechamos para subir hasta el famoso point view, un mirador que está en uno de los puntos más altos de la isla y que tiene unas preciosas vistas, con vistas a las dos bahías. Aviso a navegantes: cerca de una hora y media para subir, estar un ratillo y bajar. Para llegar hasta él hay varios tramos de empinadas escaleras y varias cuestecitas por el camino. Además, para más inri, a mitad de camino hay una caseta donde te hacen pagar 20 baths para acceder al mirador. 

Point view de Ton Sai (Kho Phi Phi Don)
Después de darnos esta paliza y con la piel como un tomate, volvimos al hotel sobre las ocho de la tarde. Es curioso navegar con un barquito tan chiquitito a esta hora, cuando ya había anochecido. El mar aún mucho más respeto de lo normal. Esa noche, compramos aloe vera para mitigar las quemaduras y pedimos cena en la habitación. Nuestro estado no nos permitió más. Eso sí, al ser el último día, nos habían dejado un detallazo encima de la cama: un peluche de un pato y otro de un gallo hechos a mano.Total handmade.

viernes, 4 de octubre de 2013

Aterrizando en el mar de Andamán



Día 30 de abril. Al amanecer, después de un sueño exprés de apenas seis horas, salimos del hotel Siri Lanna hacia el aeropuerto de Chiang Mai para coger el vuelo destino Phuket, la mayor isla de Tailanda, situada en el mar de Andamán. Tocaba el esperado momento playa y relax que, como viene siendo habitual en nuestros recorridos, se acabó convirtiendo en un par de jornadas de intensas excursiones que poco tiempo dejaron para el descanso. Y sin arrepentimiento alguno.
 
A las diez y media de la mañana pasadas, llegamos a Phuket con la aerolínea Thai Smile, un operador de Thai Airways. Al contrario que otras muchas aerolíneas, este ofrecía vuelo directo, sin escalas, en menos de dos horas (además de desayuno gratuito). A la salida del aeropuerto de Phuket ya nos estaba esperando una chica de JC tours, la empresa con la que contratamos los traslados en esta isla y la excursión a la Bahía de Phang Gna, que haríamos posteriormente el día 2 de mayo. Nos subimos al vehículo y pusimos rumbo a Rassada Pier, donde salía el ferry que nos llevó a las paradisíacas islas Phi Phi. Estos tickets los compramos con antelación a través de Internet. Con un tráfico un poco denso, tardamos cerca de tres cuartos de hora. 


La bandera tailandesa del barco, un tanto deshilachada, con las Phi Phi al fondo
Cuando llegamos al puerto, donde hay varios chiringuitos con comida y unos baños bastante penosos (al menos en ese momento), estuvimos esperando cerca de una hora para poder subir al ferry. Aviso a navegantes (y nunca mejor dicho): Aquí hay que espabilarse para coger asiento. Después nuestro, no paró de entrar gente hasta las 13.30 horas, cuando, por fin, el barco salió, casi hasta los topes, dirección a Phi Phi. 
Las Phi Phi, más cerca del paraíso
Con un calor bochornoso y con cierto overbooking al que parecía estar más que acostumbrada la tripulación, tardamos dos horas en hasta llegar a Ton Sai Pier, el puerto principal de Phi Phi, la única población de la isla. Ésta, está ubicada entre las dos bahías. Cuando el tsunami de 2004 arrasó la zona, la ola cruzó de un lado al otro. En esta primera parada de Ton Sai Pier se bajó casi todo el mundo y nos quedamos sólo los que íbmos a los hoteles del norte, la zona de Laemtong Beach. Aquí subió un representante de nuestro hotel, el Zeavola, para comprobar que estuviéramos todos (todos los que teníamos que estar, claro) y agrupar nuestro equipaje para descargarlo, más tarde, en el hotel.
 
Llegando a nuestro hotel, el Zeavola, en un barco de popa larga
Sobre las cuatro de la tarde llegamos a la altura del Hotel Zeavola. Y digo a la altura porque, debido a que no hay embarcadero y la envergadura del barco era considerable, nos vinieron a buscar en uno longtail, una de esas barquitas de madera alargadas tan típicas de Tailandia, protagonista indiscutible de postales y fotografías. Ahí cargaron nuestro equipaje y, posteriormente, a nosotros. En tres minutos, desembarcamos en la playita del hotel y pisamos, por primera vez, las cálidas y cristalinas aguas del mar de Andaman. Sí, primero el agua; luego, la arena. Mmm...que recuerdos... 


Nada más bajar y a pie de playa, una persona del hotel nos ofreció toallitas húmedas para refrescarnos. Luego, pasamos a la recepción, un pequeño espacio de teka (siguiendo toda la estructura del hotel), para hacer el check in. Aquí nos dan un té frío y... un upgrade de habitación: de la standard nos cambian a una front beach, ubicada a pie de playa! Era increíble y súper bonita... El secreto de este cambio: hacer la reserva a través de la web de Small Luxury Hotel of the World. Ofrecía el mismo precio que el resto, pero con algunos detallitos como este. A veces, sólo por estos motivos vale la pena dedicar unas horillas a buscar las mejores ofertas y hoteles...
 
Zona dormitorio de la habitación/bungalow del Hotel Zeavola
Por fín llegó el momento de entrar a la habitación. ¿Qué decir de la habitación? Si casi era como una casa, con todo lujo de detalles. Además de la zona del dormitorio, con una mosquitera y chaise longue, destacaría la zona de estar exterior, con  zona de descanso, mueble con minibar, sillas, lámpara anti mosquitos y, lo último de lo último, persianas de bambú eléctricas. El baño, que era una habitación anexa al dormitorio, tenía una ducha interior y otra exterior, rodeada ésta última de bambú. Además, a la entrada de nuestra pequeño palacete tailandés había un recipiente para lavarse los pies. Y es que todos los caminitos del Zeavola, hotel de diseño ecofriendly e integrado en el paisaje, son de arena. Se puede ir descalzo todo el día (y noche). La mar de cómodo.
Porche de la habitación/bungalow del Hotel Zeavola, en Phi Phi
 
Después del primer reconocimiento, nos fuimos inmediatamente a comer al restaurante Tacada, perteneciente al hotel y situado en la misma playa. Con el hambre que teníamos, nos comimos dos platos de pasta en un periquete. Después, reservamos en el Padi Center (club de buzeo y excursiones) la excursión de las 4 islas para el día siguiente (Phi Phi Don, Phi Phi Leh, Bamboo Island y Mosquito Island). Antes de que se fuera el sol, nos dimos nuestro primer bañito oficial. Con marea baja y en compañía de unos cangrejillos. Es lo que tiene que el agua sea tan tan transparente...que se ve todo. 

Como estábamos cansados y el sol se escondía, fuimos al spa, dividido también en módulos de teka. Entre las opciones que había en la carta de masajes, escogí un pack que incluía un scrub de yogur (exfoliante), wrap de algas marinas (envoltura hidratante) y masaje de aceites (relajante). Al levantarme del masaje me encontré una grata sorpresa: una pequeña trenza a modo de tiara. ¡Qué detalle! De aquí, nos fuimos rápidamente a cenar, ya que la cocina del Tacada cerraba a las diez. Luego, a dormir. Al día siguiente madrugábamos mucha para salir pronto de excursión.
Restaurante Tacada, del Hotel Zeavola, al lado del mar

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Elefantes y naturaleza en Chiang Mai

El lunes 29 de abril, madrugamos mucho, como de costumbre, desayunamos muy rápido y, con Surin, nuestro guía en Chiang Mai, pusimos rumbo al campamento de elefantes Maetaman Camp, ubicado aproximadamente a 45 minutos de la ciudad. Pese a respirarse en él un ambiente totalmente turístico, si se dispone de poco tiempo es una buena opción para tener contacto con los paquidermos y conocerles un poco más en profundidad. Nada más llegar, tuvimos la oportunidad de ver como bañaban a algunos elefantes y nos hicimos fotos con algunos de ellos, viligados en todo momento por sus respectivos mahouts, sus cuidadores. Los animales estan entrenados incluso para coger algún billetillo de unos cuantos baths...Posteriormente, vimos el típico show que ofrecen a los visitantes, donde los elefantes hacen acrobacias, practican deportes como el fútbol, realizan alguna construcción con troncos de madera e incluso pintan. Al acabar el espectáculo, los elefantes buscan a los espectadores para conseguir su sabrosa recompensa: plátanos y cañas de bambú, que venden en packs por todo el campamento (entre 20 y 40 baths).
Recibimiento de los elefantes a Maetamann Camp

Más tarde, hicimos el paseo a lomos del elefante, en una silla de madera montada para tal fin, por una especie de zona selvática preparada para estos recorridos. Durante el paseo encontramos 3 o 4 puestecillos donde mahout y elefante te invitaban a comprar más paquetitos de plátanos y cañas de azúcar. "La gasolina", bromeaba el conductor, que canturreaba en español, a su manera, la canción del elefante (un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña...). Después de pasear por la montaña, cruzamos el río encima de nuestro elefante. Finalmente, el regreso al compamento se hacía con un carrito de bueyes. Aún mas turístico si cabe que lo primero. En este segundo paseo, de unos 15 minutos, pudimos ver unos bonitos arrozales. 
Alimentando al paquidermo durante el paseo
Puesto de venta de plátanos y cañas de azúcar
Como culminación de esta excursión, que nos ocuparía hasta las 14.00 horas aproximadamente, bajamos por el río Mae Taman (que da nombre al campamento) casi durante una hora en una balsa de bambú. Pese a lo que uno pueda imaginar, son muy seguras. Una experiencia relajante que permite disfrutar de la frondosa vegetación del norte de tailandia. En ese momento el río no tenía casi caudal, y por ese motivo ibámos muy lentos. Segun nuestros barqueros, que iban totalmente cubiertos y que de vez en cuando nos cedían el remo, en las épocas de mozón éste puede llegar a subir cinco metro y, ese mismo recorrido, se hace en la mitad de tiempo: 30 minutos. Finalizado el tour, de vuelta a Chiang Mai, Surin nos invitó a hacer una pausa en un paraje lleno de eucaliptus, donde nos invitó a probar arroz negro con crema de coco, que había comprado con anterioridad para que lo probáramos. Todo un detalle.
Paseo en carro de bueyes

De vuelta a Chiang Mai y a petición mía, nos llevó al mercado de Wararot a buscar un thai floor pillow, un cojín de forma trinagular muy típico de Tailandia que se utiliza para sentarse en el suelo. Lo compré por unos 450 baths (creo que no llegó a los 15 euros). Como no había forma humana de meter tal trasto en la maleta, Surin fue tan amable de compañarnos a la central de correos de Tailandia en Chiang Mai y nos ayudó a gestionarlo todo para enviarlo por correo aéreo. Menos mla que íbamos con él, que lío...Al cabo de una semana, llegó a casa sin incidencias. También había la posibilidad de enviarlo por barco, que era un poco más barato, pero tardaba dos meses y las fechas no me cuadraban.

Remando por el río, con muy bajo caudal
Sobre las cuatro de la tarde Surin nos dejó en el hotel y nos despedimos de él. Nus duchamos, nos dimos unos minutillos de descanso y... nos fuimos al Wat Phra Singh, uno de los templos más famosos de la ciudad. Tenía planificados ver algunos más, pero es imposible querer abarcarlo todo. Y eso que cuadré el planning con calzador... Al llegar la hora de cierre, nos invitaron a abandonar el templo y decidimos ir a darnos un bañito en la piscina del hotel. Nos lo merecíamos. Con el calorazo que hacía, nos sentó de maravilla. Casualmente, en una de nuestras idas y venidas a la habitación, nos ofrecieron en la recepción del hotel una cena Kantoke, tradicional del norte de Tailandia, con bailes típicos incluídos. Son 700 baths por persona e incluye el traslado hasta el restaurante que la organiza. Nos pasaron a buscar sobre las siete y media de la tarde. Es una buena opción para los que no estamos acostumbrados a la cocina tailandesa: probarla sin arriesgar mucho. Olé a los fideos dulces o caramelizados... 
Bandeja con platos thai de la cena Kantoke
Finalmente, cuando acabó la cena y el espectáculo pedimos que en lugar de devolvernos al hotel nos dejaran en el Sunday Night Bazaar de Chiang Mai, un mercadillo nocturno mejor que el de la noche anterior, con mucha más oferta. Aquí compré unas hawaianas por 140 baths, tres cuadros de madera súper bonitos por 150 baths cada uno y un montón de cajitas de bálsamo de tigre de la marca Tiger Balm, que va bien para los dolores musculares, entre otras cosas. Hay que reconocer que es mano de santo. Hay tres tamaños: pequeño (53 baths), mediano (70 bahts) y grande (90 baths). Lo hay en dos versiones: una más suave y otra más fuerte. A las once y media, cuando empezaban a recoger los puestecillos y nuestro cuerpo no pudo más, cogimos un tuk tuk para volver al hotel y hacer el equipaje. Al día siguiente nos esperaban las playas del sur.
Baile tradicional thai




Espectáculo relacionado con la cosecha

viernes, 20 de septiembre de 2013

Descubriendo Chiang Mai, la Rosa del Norte


El domingo 28 de abril amanecemos, como es costumbre en el intenso periplo exprés de diez días por Tailandia, en un lugar diferente en el que lo hicimos el día anterior: el Hotel Sirilanna, dentro de las antiguas murallas de Chiang Mai. Conocida también como la Rosa del Norte, es la principal ciudad de este punto cardinal de Tailandia. Sobre las siete y media, cuando el sol hace casi más de una hora que se deja entrever por las cortinas, nos ponemos en pie para bajar a desayunar (a la carta, con diferentes estilos: tradicional thai, americano, vegetariano, europeo…) y encontrarnos, a las 8.30 horas, con Surin, de la agencia turística Blue Elephants, que nos esperaba en un cuatro por cuatro con aire acondicionado y toda el agua fresca que quisimos para el camino. Él fue nuestro guía privado durante los dos días completos que estuvimos allí. Los recorridos los pacté totalmente a medida y según nuestros intereses meses previos al viaje vía correo electrónico. Todo un acierto si se tiene poco tiempo, como era nuestro caso.
Templo Doi Suthep
En el inicio de esta primera jornada en Chiang Mai subimos hasta el templo Doi Suthep, que coge el nombre del monte en el que está ubicado. A poco más de media hora y con unas cuestas y curvas donde recomiendan mirar al frente para no marearse (y más si se acaba de desayunar), llegamos a uno de los puntos más altos de la ciudad. Por el camino, el guía no explica que la provincia de Chiang Mai tiene 1,6 millones de habitantes y 1.200 templos, mientras que la ciudad da cobijo a medio millón de personas y más de 300 templos. Número nada despreciables, sobre todo en lo que se refiere a los templos, que hay uno en cada esquina. Una vez aparcamos, cogemos el funicular que hay para llegar al templo. Cuentan de los orígenes de su contrucción que un elefante con una reliquia de Buda (extactamente, un trozo de su hombro) fue a morir a este monte, donde hace mil años vivía un ermitaño llamado Supthep. Los lugareños acabaron por llamarle el monte/templo de Suthep. 
 
Ritual de quema de aceite, para purgar con fuego los problemas
Aquí, en el Doi Suthep, es donde Surin, súper atento en todo momento, nos explicó el significado de la imagen de Buda (un antiguo príncipe indio): una mano abajo, que simboliza la tierra, y la otra plana, que indica su interior. El pelo rizado representa los problemas; las orejas largas, el saber escuchar y la sabiduría. Finalmente, la barbilla redondeada equivale a la amabilidad. Aquí, como manda la tradición (que cumplen tanto locales como turistas) damos una vuelta en la dirección de la agujas del reloj a la gran stupa donde se encuentra, a metros bajo tierra, la reliquia de Buda. También observamos las diferentes ofrendas que realizan los thais con las flores de loto y el ritual de quemar unos aceites, para eliminar y purgar, con el fuego, los problemas. Surin también nos indica que anteriormente al budismo, los thais creían en el animalismo y los espíritus de sus familiares. Por lo visto, en la actualidad  esta creencia no se ha abandonado al 100% y convive con el budismo.  
Niñas hmong, originarias de China
Después de salir del templo y bajando la larga escalinata que nos conduce hasta el coche (y que finaliza con dos grandes figuras de serpientes), nos asaltan, con todo el cariño del mundo, un par de niñas de la tribu hmong, originarias de china. Diariamente esperan en esta escalera para recaudar unos cuantos baths de los turistas. Creo recordar que le dimos a cada una 20 baths, auqnue el guía nos dijo que con 10 para cada una era más que suficiente… Es increíble con el cariño que te cogen y te abrazan. Por otro lado, de un poco de pena. Además de estar maquilladas en exceso…. Según creo recordar, es un grupo procedente de la República Popular China y viven en Vietnam y Tailandia. Antes de llegar al coche, Surin nos invita a un par de zumos de naranja de unas paraditas que hay allí mismo, 100% guiris.
 
Mujer padong, conocida como "mujeres jirafa", tejiendo
Cuando el sol empieza a apretar, nos dirigimos al pueblo de las mujeres jirafa, cuya étnia se llama realmente padong. Está al lado del Tiger Kingdom. Allí visitamos la aldea, les compramos algo de artesanía (bolso tejidos  a mano, tallas de muñecas de madera...), y hacemos algunas fotos. Surin compró más de una veintena de chocolatinas para que se las diéramos a los niños del poblado, que estaban súper agradecidos. Además, también vimos a las mujeres kayon, de orejas grandes; las palog, de dientes negros; y otras con un gorro plateado que, si mis apuntes no fallan, se llaman como kaha, o algo así. Real y tristemente, es como un pequeño museo al aire libre. Si no recuerdo mal, ya que a nosotros nos incluía la entrada con la excursión, el acceso costaba casi 500 baths por persona.
Con los tigres más chiquitines, en el Tiger Kingdom

Se hizo la hora de comer y fuimos al Tiger Kingdom, un recinto donde se puede estar en contacto directo con tigres y que queda a menos de cinco minutos de la aldea. Allí, comimos buffet libre thai (incluido excursión), y el guía nos dejó una hora para hacer la visita que quisimos a estos felinos. Existen muchas opciones: desde entrar a ver a los más pequeños, hasta los más grandes, pasando por diferentes paquetes que incluye visitar a varios lindos (y grandes) gatitos. Nosotros optamos por la opción de 1.200 baths, que incluye los baby, los pequeños y los medianos. Me quedé con las ganas de dar el biberón a los recién nacidos, pues no había en ese momento…La experiencia: un poco tensa y, con la retrospectiva del tiempo, simpática. La verdad es que lo pasé un poco mal, pero hay que vivirlo. Los más pequeños tenían entre dos y tres meses, y ya no eran gatitos como los que tengo en casa. Los cuidadores nos ponían al animalito con nosotros (a veces al lado, otras casi encima...), y ahí a aguntar el tipo…
Con los tigres "medianos"del Tiger Kingdom (para mi, bastante grandes...)
Ese dia acabamos la agotadora jornada en San Kapaheng, visitando los pueblos de artesanía. Y es que si hay algo típico en el norte de Tailandia, es la artesanía. Primero, fuimos a una fábrica de seda, donde nos mostraron todo el proceso: desde la cria de los gusanos hasta el proceso de tejido con máquinas de madera, pasando por la formación de los capullos de seda, su cocción y los tintes naturales a base de flores. Aquí cayeron unos foulares para el cuello la mar de suaves.
 
Cociendo los capullos de los gusanos de seda, para suavizarla
Posteriomente, el guía nos acompañó a una fábrica de plata, donde no compramos nada, aunque había piezas muy atractivas (y caras). Aunque era domingo, nos enseñaron cómo reconocer la plata buena de la falsa (ahora no me acuerdo, lo hicieron rayando el material y aplicando un líquido…) y luego vimos cómo fabricaban un cuenco de plata. Para acabar el tour, visitamos Bo Sang, una pequeña aldea donde el parasol es el rey. Aquí también se puede observar todo el proceso de fabricación: desde los palos y varillas de madera hasta el papel especial con el que se cubre.
 
Construyendo un parasol, en Bo Sang
Después de ocho horas y con la necesidad urgente de una duchita refrescante, Surin nos dejó en el hotel. Después de un corto break, nos dirigimos a la calle principal, buscando un Lila’s Massage, un centro de masaje que nos habían recomendado. Realmente, es una cadena, y hay varios por todo Chiang Mai. Es bastante económico, aunque no es lujoso. Eso sí, muy limpio, eocnómico y con bonita decoración. Aquí cogemos un masaje thai herbal compress, que combina cerca de 1 hora del tradicional thai con media hora de unos saquitos calientes que te los van colocando en diferentes puntos del cuerpo, y un facial sbrub (limpieza facial). 

De ahí y con el hambre que teníamos, nos metimos en el primer restaurant-café que encontramo y pedimos pasta, nachos y pollo empanado. En esta ocasión, nada thai. Una vez que recuperamos fuerzas, visitamos el famoso Sunday Market de Chiang Mai. Si no recuerdo mal, aquí compré una funda de ipad mini artesanal, por 140 baths, y unos pantalones tradicional thai largos, por otros 130 baths… Como vimos posteriormente en la internacional Kao San Road, vía de los mochileros por antonomasia de Bangkok, aquí también había concentraciones de amas de casa dando foot massage.